El diario de Leontxo 7 (Extraído de Chessbase.com)
Pardo, de 18 años, 2.450 puntos de Elo, ganó ayer con negras a la gran esperanza rusa, Dánil Dúbov, de 17 y 2.614. “Él es fortísimo en cuando a profundidad de conceptos y juego posicional; de modo que he complicado mucho la partida desde la apertura. El resultado lógico hubiera sido tablas, pero él quería ganar, y me he aprovechado de ello”, me explicó modestamente el alicantino tras seis horas de lucha muy dura. Pardo es un superdotado, que logró varios éxitos en competiciones de matemáticas durante su adolescencia. Su Elo actual no es suficiente para que se le pueda recomendar el paso inmediato al profesionalismo, de modo que ha optado por una decisión muy sensata: “Estudio una carrera de doble grado, Matemáticas e Ingeniería Física; así tendré un plan B si mi progreso en ajedrez no es tan grande como me gustaría”.
Mucho más difícil es ver con claridad la decisión correcta en el caso del madrileño David Antón, actual subcampeón del mundo sub 18, con 2.557 puntos y una clara tendencia ascendente. A juzgar por la calidad y resultados mostrados hasta ahora, no es arriesgado vaticinar que pasará holgadamente de los 2.600, y parece incluso capaz de rebasar los 2.700, lo que le daría muchas probabilidades de lograr unos ingresos suficientes para una vida sin angustias. Pero, como es lógico, sus padres no lo ven claro, y le han convencido para que estudie Matemáticas. De momento, está claro que es capaz de que ambas actividades sean compatibles –la medalla de plata en el Mundial hace poco más de un mes es un clara muestra- pero también es obvio que no podrá dedicarse con la intensidad de un profesional.
En un caso como el de Antón, estando cerca de los 2.600 a los 18 años, mi consejo sería retrasar unos años (entre dos y cuatro) la entrada en la universidad a cambio de una dedicación seria y muy intensa (ocho o más horas diarias casi todos los días) a entrenar y jugar torneos, lo que permite aclarar dos incógnitas fundamentales: si el progreso deportivo es consistente y si uno se adapta a la peculiar vida de un ajedrecista profesional, con sus viajes muy frecuentes y todo lo que ello implica. Al cabo, estudiar una carrera unos años después de lo normal no tiene ningún inconveniente grave, y la vida de ajedrecista trotamundos –al menos, la de un jugador de alto nivel- también deja enseñanzas muy útiles en otros ámbitos.
Una elección quizá más equilibrada es la de Iván Salgado, de 22 años, actual campeón de España absoluto, quien estudia la carrera de Psicología por correspondencia, lo que le permite viajar mucho más que Antón o Pardo. Recientemente tomó la decisión de mudarse a Sofía para entrenar diariamente con su colega y amigo Iván Cheparínov. Además del talento necesario para llegar hasta su categoría actual (2.597 puntos), en su caso hay una capacidad de trabajo y una disciplina extraordinarias.
En el otro lado de la balanza encontramos a Irene Nicolás, actual subcampeona del mundo sub 16, cuyo enorme talento es asimismo evidente. Se sentía muy incómoda en el colegio, y ha decidido no cursar el bachillerato para dedicarse sólo al ajedrez y estudiar un módulo de Farmacia, lo que la permitirá trabajar en la que regentan sus padres en Benidorm si lo logra alcanzar la categoría requerida como jugadora para vivir de sus torneos; en el caso femenino, esa cota está, más o menos, a partir de los 2.500 puntos, y ella tiene ahora 2.249.
Paco Vallejo, también participante en Gibraltar, es un ejemplo de que esa apuesta no es tan arriesgada como puede parecer, siempre y cuando hablemos de jugadores con talento extraordinario. El menorquín, ahora con 31 años, fue subcampeón del mundo sub 10 y sub 12, y bronce sub 14, antes de ser campeón del mundo sub 18. Después empezó la carrera de Educación Física, pero la dejó enseguida. Ha estado casi siempre entre los 50 mejores del mundo desde 2002 (fue el 20º e 2011, con 2.724 puntos), y fue contratado como analista en diferentes momentos por Anand y Topálov cuando eran campeones del mundo. Nunca ha sufrido problemas económicos. En realidad, tiene talento suficiente para estar aún más arriba, pero él ha preferido no entrenar con tanta dureza y disfrutar más de la vida.
A veces, cuando veo esos programas de televisión infectos, denominados “telebasura” (permítame el lector que emplee una palabra malsonante, telemierda, en aras de una mayor precisión en el lenguaje), pienso en la enorme injusticia de que unos personajes despreciables ganen tanto dinero por airear las intimidades propias o de otros, cuando abundan los talentos para la ciencia, el arte o el ajedrez que malviven o deben trabajar en lo que no es su pasión para asegurarse el pan. Pero el mundo es como es, y no como nos gustaría que fuese.
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