APROXIMACIÓN A DAVID BRONSTEIN
1.
El hombrecillo calvo, con aspecto de profesor de Latín, se sienta.
Cuando el ajedrezado del tablero no se refleja en sus gafas, sus ojos, inquietos, parecen aguzados puntos de un tablero electrónico.
El hombrecillo acaba de sentarse.
Juega con blancas.
El árbitro ha puesto en marcha el reloj.
Su oponente se llama Korchnoi.
Podría haberse llamado Taimanov, Keres o Botvinnik.
El hombrecillo está tranquilo.
Parece tranquilo.
Al hombrecillo le preocupa el tiempo, el análisis del tiempo. (1)
Se diría, empero, que no le preocupa derrocharlo.
Hace ya veinte minutos que cavila su primer movimiento. (2)
Nuestro hombrecillo se llama Bronstein.
Dicen que nació en algún lugar de Ucrania.
Dicen que es un gran ajedrecista.
Centenares de veces ha experimentado el mismo trance, al comienzo de la partida, para perplejidad de espectadores y expertos.
Finalmente, juega.
Nada nuevo, 1.e4: el peón de rey avanza dos casillas.
Se trata de un match por equipos.
...
Sus compañeros increpan al hombrecillo: ¿cómo ha podido permitir la tremenda amenaza de las negras?
El hombrecillo se encoge de hombros.
Le toca jugar.
Sin apenas sentarse, sacrifica su torre.
Increíble. ¿Tendrá tablas?
¿Algo más, acaso?
Pasa el tiempo.
Crece la tensión: hay más de una garganta seca.
Korchnoi, por fin, inclina su rey. (3)
El ajedrez es imaginación
BRONSTEIN
2.
Bronstein acaba de cumplir sesenta años, exactamente el 19 de febrero, y con ello se ha cumplido casi medio siglo de dedicación constante al ajedrez. Y también de pasión, de una pasión de incontenible fuerza creadora, de curiosidad inagotable por nuestro juego, que él considera exclusivamente un arte.
"Hay una pregunta que se repite desde hace tiempo: ¿es el ajedrez una ciencia, un deporte o un arte? Bronstein, rotundamente, responde que es un arte." (4)
Poderosas razones habrá encontrado el joven Bronstein para forjar su portentosa imaginación en las aventuras del noble juego. El Palacio de los Pioneros de Kiev y su instructor Konstantinopolsky habrán bastado al principio para fustigar su espíritu: combinaciones, hermosos mates, sacrificios, defensas sutiles, combinaciones, combinaciones...
Alguien le habrá dicho que el dominio de los finales es esencial, pero él, por su parte, habrá comprendido que no lo son menos la apertura, ni el medio juego, ni, por fin, el conocimiento de las partidas del pasado, tema recurrente en los comentarios bronsteinianos.
Sucede que el joven ajedrecista alcanza pronto cimas de notoriedad por su elegante ejecución en las escaramuzas del juego: brillantes resultado deportivos y no menos brillantes producciones le encaraman rápido a las esferas celestes, que hacia 1948 están localizadas en Saltsjöbaden, donde se disputa el primer Torneo Interzonal. Bronstein acude allí en representación de la URSS, junto con Boleslavsky, Kotov, Bondarevsky, Lilienthal, Flohr y Ragozin, todos ellos famosos. Él, en cambio, es poco conocido fuera de su país. Pero consigue ganar el torneo.
Dos años más tarde, en 1950, se celebra en Budapest el torneo de la candidatura, donde igualmente se alza con el primer puesto, esta vez en compañía de Boleslavsky. Se impone un match de desempate para designar quién ha de enfrentarse a Botvinnik. Y triunfa Bronstein.
Pero ¿cómo juega Bronstein? ¿Qué es lo que caracteriza su fuerza?
"Bronstein se distinguió desde joven por una gran habilidad para organizar el ataque, junto con una marcada intuición para detectar las sutilezas tácticas latentes en la posición." (5)
Así pues, se trata de un jugador de ataque, de un ajedrecista sutil, habituado a desentrañar los secretos de la posición...
Con 1951 llega el inevitable y apasionante match con Botvinnik, con el título mundial en juego. Bronstein apenas sueña con ganar. Hay que saber quién es Botvinnik, de qué modo inapelable domina a sus colegas. En la Unión Soviética se le considera casi un dios, el campeón por antonomasia. Bronstein comentará más tarde:
"Durante el transcurso de mi preparación para el Campeonato del Mundo de 1951 no logré desvelar el secreto de Botvinnik, es decir, de sus ininterrumpidas victorias. Pero tuve la suerte de dar con algo más importante: el algoritmo del juego a seguir en aquel encuentro. Tras haber analizado profundamente más de cien partidas del campeón del mundo, decidí improvisar en el tablero, a pesar del peligro que ello entrañaba." (6)
Y con esa fórmula Bronstein empató el match (12-12) consiguiendo así una gloria moral que los años no pueden empañar y que la historia del ajedrez no le discutirá jamás. El título mundial estuvo a punto de ser suyo, pero la experiencia del campeón, su sexto sentido, le permitieron (penosamente, cierto es) conservar el título.
Bronstein debió sentirse profundamente decepcionado, tras el durísimo esfuerzo y la corona mundial al alcance de la mano. En este sentido, no es absurdo pensar que todo lo que puede haber sugerido en Bronstein una "moral de hierro", es decir, ilusiones, imaginación, riqueza de ideas, por qué no ambición... puede haberse difuminado, mostrando así la verdadera realidad de su naturaleza donde antes sólo había visos de realidad, es decir, poniendo al descubierto la ausencia de un gran espíritu competitivo, inferior, en todo caso, al de muchos de sus colegas. La "moral de hierro" ("moral de torneo") situada en la auténtica expresión del hombre-Bronstein reduciría paulatinamente la excelencia de sus resultados deportivos. (7)
El MI Giorgio Porreca, autor de la definición del estilo de Bronstein, antes consignada, completa la descripción así:
"Posteriormente, su juego fue adquiriendo matices sofisticados que conformaron un estilo paradójico." (8)
Paradójico siempre lo fue el estilo del gran ajedrecista. Lo fue y lo sigue siendo. Acaso la falta de éxito posterior (o del mismo grado de éxito) haya contribuido a que tan agudo observador como Porreca atribuya tonos peyorativos a un juego que, conservando sus características esenciales, carece de los tonos exultantes de un pasado relativamente cercano.
Difícilmente se habrá hecho justicia a Bronstein, a la enorme entidad que tiene su figura, con toda su infinidad de ideas, de constante búsqueda innovadora. Sabemos que el ajedrez tiene fronteras inasibles, posibilidades entrevistas (9), áreas increíblemente fértiles... Bronstein, sin embargo, jamás marcó límites a su propio afán investigador.
Es privilegio de los grandes ajedrecistas el producir jugadas magistrales o, más cabalmente, jugadas verdaderamente inolvidables. En efecto, ¿cuántas jugadas sorprendentes no nos sugiere el nombre de Bronstein? Pensemos en su famosa partida contra Rojahn (10), donde introdujo una increíble novedad en una posición con más de un siglo de vida, pensemos en su jugada Cc5 en un esquema archiconocido de la Caro-Kann (1 e4 c6 2 d4 d5 3 Cc3 dxe4 4 Cxe4 Af5 5 Cc5), en su maravilloso e increíble golpe ...Ag8!!, también en una posición de la Caro-Kann, con el que neutralizaba definitivamente las amenazas sobre los puntos e6 y f7, y pese a que con ello dejaba a su alfil de dama (¡voluntariamente!) con tan sólo un escaque libre. Tantas y tantas jugadas... paradójicas, sí, pero ¡cuán efectivas!
¿Será preciso recordar aquí las numerosas líneas "caducas" rescatadas por Bronstein del vasto patrimonio histórico del ajedrez? La multitud de líneas e ideas empleadas por Bronstein no tienen, naturalmente, cabida aquí, más que como alusión (11). Y lo que más dice en favor de su fantasía creadora: variantes supuestamente refutadas, líneas inferiores, desechadas o, al menos, arrinconadas. Nunca o apenas nunca tuvo miedo Bronstein de recurrir a viejas concepciones, a viejas ideas enriquecidas o susceptibles de ser enriquecidas por su propia mente. Pero esta audacia es únicamente importante en apariencia. Lo verdaderamente significativo es que el propio Bronstein no ha debido considerarse muy audaz al llevar aquellas ideas al tablero. No es difícil suponer que, una vez reactivadas y absorbidas, las "viejas" ideas de su preferencia eran firmemente tratadas en el crisol del laboratorio bronsteiniano.
¿Qué decir de su originalísima concepción del medio juego? No sólo el ataque, tampoco son ajenas a Bronstein la defensa activa y la progresiva presión posicional sobre los puntos débiles del enemigo. Y quizá uno de los aspectos más conocidos de su habilidad táctica lo constituyan esos refinados sacrificios de peón, capaces por sí solos de desconcertar a los oponentes más calificados. Poco hay que añadir en este punto que no puedan explicar mejor las propias partidas de este gran maestro del tablero y eterno perseguidor de maravillas ajedrecísticas.
Donde Bronstein se nos muestra más fiel a sí mismo es al decir:
"El ideal de todo ajedrecista es lograr una combinación original y compleja." (12)
Pero ¿qué opina este gran artista del juego-ciencia, en cuanto fenómeno competitivo o manifestación deportiva? Según Euwe,
"Desde el punto de vista de Bronstein, jugar al ajedrez por el simple hecho de ganar un punto o medio punto se convertirá en algo totalmente anacrónico dentro de los cincuenta o cien años venideros."
Bronstein, por su parte, tampoco tuvo reparos en pintar este curioso cuadro acerca del futuro del ajedrez:
"Los teatros de ajedrez invitarán, en calidad de huéspedes, a grandes maestros de superclase. Éstos demostrarán su superioridad por la rapidez con que consigan solucionar problemas específicos del juego. Serán considerados como una suerte de magos-intelectuales, capaces de ejecutar milagros por intuición y trabajo lógico del cerebro. A pesar de que con sus dotes podrán arrastrar el público al éxtasis, no por ello sufrirán particular tensión, porque su labor será apreciada por sí misma y no por sus resultados. El público los considerará artistas fundamentales dentro de un espectáculo y, desde luego, no como ajedrecistas que han ganado o perdido." (13)
Otras sugestiones de Bronstein no carecen de interés ni de sagacidad. De sobra conocida es su preocupación por el tiempo, por la medición del tiempo, jugada a jugada (14), lo que le ha llevado a comentar para diversos periódicos y revistas especializadas docenas de partidas, con la anotación minuciosa de los tiempos de reflexión de los contendientes y un jugoso examen del desarrollo del juego en función del tiempo consumido.
La supuesta excentricidad de la sugerencia que sigue puede tomarse en algo muy digno de consideración, a poco que el lector haga cábalas sobre ella:
"Basta un poco de sentido común para comprender que es mucho más fácil jugar con blancas que con negras. Por ello, se debería recompensar a las negras con 0,1 puntos más que a las blancas, si la partida resultase tablas. Esta mínima modificación en la valoración de las tablas podría elevar el interés de las blancas por ganar la partida y el de las negras por empatarla. Lo importante es que desaparecería la división del punto en dos partes iguales." (15)
Esta reflexión del Bronstein pensador de ajedrez nos trae a la memoria aquella proposición de Lasker, con diversas evaluaciones para algunos casos de tablas, como el ahogado, etc.
Las ideas fluyen por la mente de Bronstein a un ritmo incesante. Se diría que el gran hombrecillo nada puede hacer por contenerlas... Nada, si no es darles salida lo antes posible. Hace poco pudimos leer que, a iniciativa suya, había disputado un match a cuatro partidas con Tal, uno de sus mayores cómplices y admiradores. El encuentro, con tiempo controlado, se disputó --y ésta es la novedad-- de acuerdo a la extravagante propuesta de Bronstein, es decir, las cuatro partidas simultáneas. Una idea más, otro ejemplo de la preocupación de nuestro hombre por la creación de nuevas fórmulas que reaviven el interés por nuestro juego. Todos estos proyectos y sugerencias constituyen otros tantos signos del entusiasmo y profunda devoción que Bronstein profesa por el ajedrez.
EL AJEDREZ DE TORNEO (Zurich 1953) es un libro magnífico. Pocos libros de ajedrez habrán sido objeto, por parte del autor, de tanta dedicación, de tanto esfuerzo y análisis. Muchos menos aún podrán ofrecernos una expresión tan elegante y precisa, un tan proverbial derroche de inteligencia, de sensibilidad y de penetración ajedrecística (16). Que el lector, una vez más, juzgue por sí mismo.
El título final de la edición española, "El ajedrez de torneo", creemos ilustra adecuadamente el deseo de Bronstein de ofrecer una colección de partidas magistrales que, junto a jugadas extraordinarias y errores, mostrase las bellezas y desilusiones del torneo, la ansiedad y la combatividad, la dureza, en suma, del ajedrez de competición.
3.
Hay fundadas razones para creer que Bronstein es un mortal como nosotros (¿como nosotros?), pero si en un nefasto día no contemplado por el calendario gregoriano Bronstein decidiese dejar este pobre y absurdo mundo, su fantasma a no dudarlo acudirá como espectador a todos los torneos y hará guiños a los ajedrecistas, y cuando se canse de jugar partidas rápidas con Tal y con Stein (o su fantasma), acudirá a visitar la colección de ajedreces de su dueño carnal, los ordenará cariñosamente y desempolvará los amarillentos libros y por entre sus páginas rebuscará con cuidado las partidas de Chigorin y Morphy que le son más caras y las reproducirá en uno de sus tableros predilectos. Luego, es muy posible que escuche tangos a media voz, que lea detenidamente a Gogol y que festeje la medianoche con un Martini sazonado por unas gotas de buen vodka.
Este Señor del Tablero, David nacido para ser Goliath, Don Quijote visionario y brujo, bibliotecrio de Babilonia y funámbulo, atroz alquimista y Gulliver incansable, se ha echado sobre sus hombros una maldición única y terrible: la de eternamente perseguir la belleza y salirle al encuentro en un tablero damasquinado.
Muchas y fundadas razones para creer que Bronstein es mortal, pero su ajedrez, el ajedrez de Bronstein, es inmortal.
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Más artículo de Antonio Gude, pueden verse en su blog:http://blog.antoniogude.com